Biblia Viva

...la Biblia de Jerusalén

II Macabeos 9, 2-14

2 En efecto, habiendo entrado en la ciudad llamada Persépolis,
pretendió saquear el santuario y oprimir la ciudad; ante
ello, la
muchedumbre sublevándose acudió a las armas y le puso en fuga; y sucedió
que Antíoco, ahuyentado por los naturales del país, hubo de emprender una
vergonzosa retirada.


3 Cuando estaba en Ecbátana, le llegó la noticia de lo ocurrido a
Nicanor y a las tropas de Timoteo.

4 Arrebatado de furor, pensaba vengar en los judíos la afrenta de los
que le habían puesto en fuga, y por eso ordenó al conductor que
hiciera
avanzar el carro sin parar hasta el término del viaje. Pero ya el juicio del
Cielo se cernía sobre él, pues había hablado así con orgullo: «En cuanto
llegue a Jerusalén, haré de la ciudad una fosa común de judíos.»

5 Pero el Señor Dios de Israel que todo lo ve, le hirió con una llaga
incurable e invisible: apenas pronunciada esta frase, se apoderó de
sus
entrañas un dolor irremediable, con agudos retortijones internos,

6 cosa totalmente justa para quien había hecho sufrir las entrañas de
otros con numerosas y desconocidas torturas.

7 Pero él de ningún modo cesaba en su arrogancia; estaba lleno
todavía de orgullo, respiraba el fuego de su furor contra los judíos
y
mandaba acelerar la marcha. Pero sucedió que vino a caer de su carro que
corría velozmente y, con la violenta caída, todos los miembros de
su
cuerpo se le descoyuntaron.

8 El que poco antes pensaba dominar con su altivez de superhombre
las olas del mar, y se imaginaba pesar en una balanza las cimas de
las
montañas, caído por tierra, era luego transportado en una litera, mostrando a
todos de forma manifiesta el poder de Dios,

9 hasta el punto que de los ojos del impío pululaban gusanos, caían a
pedazos sus carnes, aun estando con vida, entre dolores y sufrimientos, y su
infecto hedor apestaba todo el ejército.

10 Al que poco antes creía tocar los astros del cielo, nadie podía
ahora llevarlo por la insoportable repugnancia del hedor.

11 Así comenzó entonces, herido, a abatir su excesivo orgullo y a
llegar al verdadero conocimiento bajo el azote divino, en tensión a
cada
instante por los dolores.

12 Como ni él mismo podía soportar su propio hedor, decía: «Justo es
estar sumiso a Dios y que un mortal no pretenda igualarse a la divinidad.»

13 Pero aquel malvado rogaba al Soberano de quien ya no alcanzaría
misericordia, prometiendo

14 que declararía libre la ciudad santa, a la que se había dirigido antes
a toda prisa para arrasarla y transformarla en fosa común,